Cada viaje a Medellín es una aventura distinta. La ciudad tiene una magia difícil de describir: una mezcla perfecta entre energía, ritmo, luz y una vibra que uno siente apenas llega. Pero, aunque suene cliché, lo que realmente hace especial a Medellín no son sus montañas ni su clima, sino los hombres que la habitan.

Entre tantos rostros y personalidades que uno encuentra en la ciudad, está Simón. Él es la representación perfecta de ese encanto paisa que mezcla sensualidad natural con una amabilidad que no se estudia; simplemente se tiene. Simón no solo camina con seguridad: la porta en la mirada, en la voz, en su forma de estar en el mundo. Hay personas que tienen luz, y él es una de ellas.

La idea de trabajar juntos nació casi por instinto. Lo vi y supe que ahí había una historia que valía la pena contar con la cámara. Pero, como suele pasar, uno le da mil vueltas a lo que es simple: pensé demasiado en cómo escribirle, en qué palabras usar, en si el mensaje sonaría profesional, cercano, o demasiado directo. Mientras yo analizaba cada detalle, él tardó segundos en responder.

Y allí está otra de las cosas que hacen único a Medellín: su gente no se complica. No hacen rodeos. No hacen esperar. Son prácticos, naturales, genuinos. Cuando finalmente le escribí y le propuse trabajar juntos, su respuesta fue tan rápida como su actitud ante la vida:
“Hágale, de una.”
Una frase corta, pero con la fuerza —y la frescura— que define a la ciudad.














